La lengua tiende a ser conservadora y homogénea, ya que, de no ser así no podríamos entendernos. Sin embargo, la lengua cambia, aunque nunca esos cambios son tan determinantes como para que los hablantes no se entiendan entre sí. Cuando esto empieza a suceder, significa que, una variante empezaría a tener sus propias reglas independientes y, por tanto, empezaría a adquirir la categoría de una lengua, como ocurrió con el español, que originalmente era sólo una variante del latín.
Alguien puede decirme “Hola, cómo estás”, “Quiubo”, “Buenos días, cómo está”, “Vale, cómo estáis”, “Hola broder, qué onda” o “Buen día, cómo está usted”. Surge entonces una pregunta que ha marcado el estudio del lenguaje durante decenas de siglos: Habiendo tantos modos distintos de decir las cosas ¿cuál es la forma correcta? ¿Cuál es la norma o lo “normal”?
La respuesta es clara: hay tantas normas como variantes funcionales de la lengua. Vale decir, un enunciado será “correcto” según la variante que esté utilizando. Cada uno de nosotros maneja varias normas, que son “correctas” en su determinado ámbito. No sería adecuado hablarle a un niño como si fuera adulto ni sería adecuado corregir a los rioplatenses que digan “vos tenés”, si en su ámbito de comunicación eso es lo normal.